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Los gigantes de las cabezas azules

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20 de abril de 2015

El viejo trató de entrar al vestuario neozelandés para saludar, pero se topó en la puerta con los novatos del equipo cargados de maletas. Dejó paso al gigante Luatua y tras él creyó reconocer a Piutau, el último diamante de los All Blacks. Intentó ingresar de nuevo en el vestuario, pero esta vez tropezó con un monstruo de ciento veinticinco kilos, Charles Faumuina. Entonces se escuchó  un grito procedente del fondo de la sala:

—Charlie, ¿no te han enseñado a respetar a tus mayores? Deja pasar, joder. Pasa, Rala, estás en tu casa.

El pilier maorí se apartó dejando entrar a Patrick O’Reilly, utilero de Irlanda desde hace veinticinco años y de los British Lions en las dos últimas giras, quien se encontró con un cuadro asombroso, casi surrealista. En un rincón Andrew Hore, treinta y cinco años y ochenta y ocho caps con Nueva Zelanda, se retorcía bajo un armario tratando de recoger un rollo de esparadrapo vacío. Frente a él, mopa en mano, Richie McCaw y Kevin Mealamu (doscientas veinticinco internacionalidades entre los dos) daban la última pasada al vestuario. Mientras, en la otra punta, Kieran Read, el mejor jugador del mundo en 2013, y el incontenible Ma’a Nonu anudaban las bolsas de basura de las papeleras del vestuario que los All Blacks habían ocupado en el Aviva Stadium aquella tarde histórica, el día que habían logrado cuadrar el año perfecto (catorce triunfos en catorce partidos).

—¿Pero qué cojones estáis haciendo, chicos? Hay gente que cobra por hacer esto. Vamos a tomar una cerveza, aunque no sé si deberíamos invitaros —Nueva Zelanda había ganado a Irlanda, que jamás ha vencido a los All Blacks en ciento ocho años de enfrentamientos, 22-24 en la última patada del partido después de irse al descanso perdiendo 19-0.  

McCaw esperó a que todos sus compañeros salieran del vestuario, apagó las luces, cerró la puerta, echó el brazo por encima a Rala, como si de un colega de toda la vida se tratase, y le susurró al oído: Sweep up after yourself (algo así como «Deja las cosas como te las encuentras»). El primer mandamiento no escrito de los All Blacks: Humildad. Sin embargo, no siempre fue así…

(15 de agosto de 2004)

Wayne Smith se levantó de su asiento, enfiló el pasillo y caminó hacia la parte trasera del avión. Darren Shand advirtió la ira en su rostro y le siguió apresuradamente. Smith no es precisamente un tipo diplomático. Cuando Shand alcanzó a Smith, este se giró y le retó amenazante:

—Es imposible. No hay manera. O lo arreglamos o me marcho. Este equipo es culturalmente disfuncional.

«Culturalmente disfuncional…». La expresión retumbó en la parte trasera del avión, donde un ejército de zombies dormitaba. El asistente de Graham Henry no se refería a lo ocurrido en el partido ante los Springboks, en el que los All Blacks habían caído estrepitosamente encajando cuarenta puntos, sino a lo vivido horas después en el hotel de Johannesburgo. Los neozelandeses habían regado la derrota generosamente en alcohol hasta el punto de que al regresar los sudafricanos al hotel, tras celebrar el triunfo, tuvieron que sortear a media docena de kiwis que se esparcían borrachos por el suelo en los pasillos del hotel.

Aquel vuelo de vuelta supuso un punto de inflexión en la historia de los All Blacks. El habitual ceño fruncido del cáustico Henry se arqueó aún más cuando el entrenador de desarrollo mental de los jugadores, Gilbert Enoka, ofreció un descarnado diagnóstico: «No podemos trabajar toda la semana y que la fiesta del sábado les deje KO hasta el lunes con una borrachera en la que acaban vomitando sangre».

Henry, profesor de Geografía en Christchurch, asumió la dirección de los All Blacks para romper la maldición que perseguía a los kiwis, incapaces de repetir el título mundial del 87. Había heredado una selección veterana, anárquica y juerguista que venía de fracasar en 2003 en la semifinal ante Australia. Pero el último puesto en el Tri Nations de ese 2004 era «demasiado».

Nada más aterrizar en Nueva Zelanda convocó una reunión de urgencia en la sede de la New Zealand Rugby Union. Horas después, ocho personas entraban en una pequeña sala: el propio Henry, sus asistentes Wayne Smith y Steve Hansen, Gilbert Enoka, el manager Darren Shand, Brian Lochore (eminencia del rugby neozelandés que había sido capitán, entrenador y manager de los All Blacks), el capitán Tana Umaga y el segundo capitán Richie McCaw. La puerta se mantuvo cerrada setenta y dos horas y los implicados coinciden en que fue el momento más importante de la historia reciente del rugby neozelandés, hasta la final de 2011.

Smith repitió su teoría de la «disfuncionalidad cultural» del equipo y todos asumieron su diagnóstico. Seguidamente tomó la palabra Lochore, quien habló de la necesidad de crear «una atmósfera que estimulase a los jugadores y les involucrase más». Para ello propuso una idea que resultó decisiva, y sobre la que se edificó la «Cultura All Black»:

Better People Make Better All Blacks…

Se diseñó un proceso duro, doloroso (quedaron fuera jugadores que habían dado mucho a los All Blacks) y largo (no concluyó hasta siete años después, con la consecución del título mundial). El grupo —Henry, Smith, Hansen, Enoka y Shand— inició una transformación de la cultura de grupo tratando de concretarla en lecciones aplicables en el terreno de juego. ¿Cómo hacerlo?

Smith y Enoka tenían experiencia en ello. En 1997, Smith se desplazó a Christchurch para hacerse cargo de los Crusaders. La nueva franquicia no había obtenido buenos resultados en sus dos primeros años. Comenzaba el controvertido profesionalismo y nadie se identificaba con el equipo, por lo que Smith decidió crear una «Cultura Crusader», una filosofía con la que comulgaran los aficionados. Enoka entró a formar parte del staff de Smith, y en su primer año lograron revertir la situación, ganando el Súper 12 y sentando los cimientos de un equipo que ganaría seis títulos en la siguiente década.

Allí estaban de nuevo. Buscando lo que Enoka llamaba the being of team, «el sentido de equipo», la razón de ser del grupo. Lo primero que hizo Henry con su staff fue crear un exigente plan de trabajo que incluía dobles sesiones, trabajo mental, vídeo y mucha comunicación. Cada jugador dibujaría un perfil individual de trabajo, un mapa de mejora basado en siete pilares que se traducían en una hoja de ruta de «Cosas que debo hacer hoy». Enoka lo implementaba con detalles para mejorar el aspecto motivacional como doblegar a un jugador que jugaba ante su afición o conseguir que un rival no ensayara en su partido número cincuenta.

A eso sumaron un viejo mandamiento escenificado en una anécdota impagable protagonizada por dos mitos. Jonah Lomu recibió su primera camiseta all black de su predecesor en su posición, el legendario John Kirwan. Después de entregársela, Kirwan le dijo: «Ya la tienes, pero esto solo es el principio. Ahora debes ser el mejor All Black que haya vestido nunca la camiseta número 11». El desafío (y la obligación de mejorar a cuantos te han precedido en tu posición) ha quedado como una ley no escrita en el vestuario.

En lo físico, ese primer año desarrollaron un programa hecho a medida de cada jugador que se tradujo en una ganancia de masa muscular, velocidad y fuerza del tren inferior. Henry siempre encontraba una lectura positiva a todo. Creó un grupo de liderazgo, con diez jugadores, e instauró un principio que implicaba a todos: «Los líderes también son profesores». El equipo comenzó a trabajar la mejora en los márgenes de ganancia de los mínimos detalles. «Si cada jugador mejora un 5%, el equipo lo hará un 20». Y tomó una decisión vital que en un principio descolocó a muchos: «No habrá charlas previas al partido en el vestuario. Cada uno debe crear su propio ritual de preparación para afrontar el desafío al que se enfrenta».

Mejoraron los resultados (Nueva Zelanda ganó las siguientes cuatro ediciones del Tri Nations), pero había detalles por pulir. Henry organizaba conversaciones entre sus jugadores y All Blacks veteranos admirados por todos. En cierta ocasión Sean Fitzpatricks les habló de Guy Davis, «el hombre que cambió mi vida como jugador de rugby. Me entrenó de niño y un día me dio este consejo: No importa cuánto talento tengas, si eres más grande o más rápido que los demás. Lo importante es que seas lo mejor que tus posibilidades te permitan ser. No hay que ser un buen All Black. Hay que ser un gran All Black. No te conformes con alcanzar tus límites, ve más allá».

Al seleccionador le preocupaba el asunto de la identificación del grupo. Henry sostenía que la sociedad neozelandesa había cambiado y que los All Blacks habían pasado a ser una mezcla de tonganos, samoanos, fidjianos, maorís, europeos… Buscaba una forma de aglutinar ese eclecticismo. El 28 de agosto de 2005, en Carisbrook, Dunedin, Tana Umaga concluyó la haka simulando que se rebanaba el gaznate. ¿De quién había partido la idea? Henry reclutó a Derek Lardelli, un referente del tatuaje y la danza maorí, quien mantuvo con los jugadores largas conversaciones que conformaron la génesis del sorprendente Kapa O Pango, «una metáfora del multiculturalismo que se vivía en los All Blacks».

En esas llegó la reválida para Henry, el Mundial 2007, al que Nueva Zelanda concurría como firme candidato al título. El equipo respiraba confianza y las juergas y el alcohol habían dado paso al compromiso y el culto al trabajo. El 6 de octubre de 2007 Nueva Zelanda acudió a Cardiff a disputar su cuarto de final ante la anfitriona, Francia. Los galos, dubitativos y fuera de sus fronteras (por un compromiso contraído a cambio de un voto decisivo para ganar la organización al Mundial), parecían ser más vulnerables. Sin embargo, al descanso doblegaban a los All Blacks 13-3. Los últimos diez minutos, con Francia arriba en el marcador (20-17) y Nueva Zelanda atacando a galope tendido en la 22 francesa fase tras fase sin encontrar fisuras en la muralla defensiva de una Francia que contó con la complicidad arbitral, resultaron un ejercicio frustrante para unos kiwis que se lanzaron en busca del ensayo desechando una patada que les habría servido para sortear la eliminación. Las palabras de Anton Oliver al finalizar el partido describían el ambiente que se vivió en el vuelo de vuelta a tierras kiwis: «El sentimiento era desolador. Se podía percibir el olor de la muerte».

Henry aterrizó en Nueva Zelanda convencido de su destitución, pero la NZRU no encontró garantías suficientes en Robbie Deans para suplir al viejo profesor. Así que, sorprendentemente, y tras muchas semanas madurando la decisión, Henry fue confirmado en el puesto, entre otras cosas por el apoyo incondicional del vestuario. Lo primero que hizo fue hablar con Enoka. Le obsesionaba el bloqueo que sufría el equipo en situaciones de presión, y el técnico-psicólogo le habló del «Gazing Performance System», sistema de trabajo que ponía el acento en la toma de decisiones en situaciones de presión.

Así, veinte meses antes de la disputa del Mundial de 2011, Henry incorporó a su equipo a Ceri Evans y Renzie Hanham. Evans era, por entonces, un reconocido psiquiatra forense, cinturón negro de kárate e internacional con la selección kiwi de fútbol. Los dos, junto al staff y el Grupo de Líderes del Equipo, fundaron el «Mental Analysis and Development Group», que en el vestuario se bautizó como el MAD (jugando con el significado del acrónimo, «Loco»). El primer objetivo fue localizar situaciones de presión para que los jugadores reconocieran el efecto de las mismas en sus decisiones.

Meses después se sumó Bede Brosnahan, quien enseñó a los jugadores trucos y metodologías para evadirse de la presión. «En situaciones de presión el inconsciente pasa de un estado de recursos a uno de bloqueo, de una posición de claridad a una de pensamiento defensivo.  Tienes la sensación de que echan la persiana, que estás en un pasillo muy estrecho sin escapatoria. Y ahí solo pensamos en sobrevivir. Entramos en un bucle negativo y la percepción crea sentimientos de tensión, lo que lleva a tener comportamientos improductivos como la sobreexcitación, el exceso de agresividad o el pánico. La situación nos controla a nosotros, tomamos decisiones pobres y nos atascamos. Entonces se dice que tenemos la “cabeza roja”».

Brosnahan trabajó individualmente con los jugadores para resolver esas situaciones y aislarlos de la presión. Cada jugador desarrolló una pauta que le permitía mantener la atención. Por ejemplo, Kieran Read aprendió a fijar la vista en un punto lejano cuando se para el juego y siempre trata de buscar ese punto durante las interrupciones del mismo. Richie McCaw, por su parte, prefiere concentrarse mirando sus botas y sus maltrechos tobillos. Así se aíslan de la presión y mantienen la «cabeza azul».

Resuelto el problema de la toma de decisiones ofensivas, faltaba cerrar el capítulo defensivo. Una noche de noviembre, aprovechando que se encontraban de gira por Europa, el ayudante de Henry, Wayne Smith acudió al teatro en Londres.  Al concluir la obra, desechó una invitación para cenar con el staff y partió apresuradamente hacia el hotel. Contrariamente a lo que todos pensaban, no había quedado con nadie. Al llegar a su habitación anotó en un papel las siguientes palabras: «The Black Plague».

Plaga Negra

«Llevaba semanas pensando cómo colocar las camisetas negras en el campo para dar la impresión a Inglaterra de que eran más jugadores. Que se medían a… y ahí salió: una plaga. Me pareció buena idea y decidí bautizarla como “La Plaga Negra”». Es el nombre que desde entonces utiliza el equipo para hablar del sistema defensivo (y la actitud). «Los chicos entendieron la ironía mejor que cualquier explicación o cualquier vídeo. “Habrá una Plaga Negra en Europa con muchas víctimas”, les dije. Lo captaron enseguida». La Plaga arrancó en Asia y asoló Europa. Los All Blacks fueron capaces de no encajar un ensayo en trescientos sesenta y seis minutos de juego. ¡Más de cuatro partidos ante rivales de primer orden mundial!

Esa metáfora visual sirvió para que los conceptos defensivos trabajados durante años se implementaran en una idea de juego. Un hábil recurso de Smith que fue perfectamente decodificado por los jugadores y que hizo de su defensa un arma devastadora. La Plaga Negra llegó al Mundial 2011, lo conquistó encajando solo dos ensayos en los tres partidos finales y no ha parado hasta asolar el mundo.

Se marchó Graham Henry y entregó el testigo a su ayudante Steve Hansen, quien ya había heredado del viejo profesor el cargo de seleccionador de Gales. Con Hansen al mando los All Blacks limaron detalles y añadieron más exuberancia a su juego ofensivo, cimentado en la ocupación de los espacios libres a una velocidad vertiginosa, algo que les ha llevado a completar el año perfecto. Un récord, pese a todo, que estuvo a medio segundo de desmoronarse, como le recordó el viejo Rala a McCaw mientras salían abrazados del vestuario en Dublín aquella tarde: «Es cierto que habéis hecho historia, pero admite que lo habéis pasado mal. Nunca hemos estado tan cerca de amargaros la Guinness…».

Nota publicada por , en Jotdown.es

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